
Andrés Villamarín Mora era uno más dentro del nutrido grupo de los jubilados que acostumbran a observar y comentar el progreso de las obras en nuestros pueblos y ciudades. Hasta que se encendió una bombilla en su cabeza, y el madrileño decidió ir un paso más allá de las simples glosas. Descontento con el tiempo que tardaban los obreros en colocar cada ladrillo cuando levantaban un edificio, resolvió inventar un nuevo tipo.
Fuente: elconfidencial
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